jueves, 28 de febrero de 2008

LA DIMENSIÓN OLVIDADA: LA VIDA INTERIOR

La dimensión olvidada: la vida interior, por Leonardo Boff

Posted: 15 Feb 2008 12:07 PM CST

La vida interior representa, actualmente, una de las dimensiones más olvidadas de la humanidad. Urge rescatarla, pues en ella se encuentra la serenidad, y el sentimiento sagrado de la dignidad.


En primer lugar, es importante aclarar la palabra interior. Es el reverso de exterior. La vida posee una dimensión exterior. Es nuestra corporalidad. La cultura moderna ha inflacionado la exterioridad a través de todos los medios de comunicación. El mundo de las personas ha sido totalmente divulgado.

Pero existe también lo interior. Generalmente lo interior es aquello que no se ve directamente. Podemos conocer y hasta fascinarnos por el exterior de una persona, por su belleza e inteligencia. Pero para conocerla necesitamos considerar su interior, su corazón, su modo de ser y su visión del mundo. Sólo entonces podemos hacer juicios más adecuados y justos sobre ella.

Interior tiene además el significado de calidad de vida. Así decimos que la vida «en el interior» (del país) es más tranquila, más integrada en la comunidad y en la naturaleza, en el fondo, con más posibilidad de hacernos felices. Es que la vida «en el interior» no está sujeta a la lógica de la ciudad, con el ir y venir de las personas, la parafernalia técnica y burocrática, y las amenazas de violencia.

Por último, interior significa la profundidad humana. Este interior, lo profundo, emerge cuando el ser humano se detiene, calla, comienza a mirar dentro de sí y a pensar seriamente. Cuando se plantea cuestiones decisivas como: ¿qué sentido tiene mi vida, todo ese universo de cosas, de aparatos, de trabajos, de sufrimientos, de luchas y de placeres? ¿Hay vida más allá de la vida, ya que tantos amigos murieron, a veces de forma absurda, en accidentes de automóvil o por una bala perdida? ¿Por qué estoy en este planeta pequeño, tan hermoso, pero tan maltratado?

¿Quién ofrece respuestas? Por lo general son las religiones y las filosofías, pues siempre se ocupan de estas cuestiones. Pero es ilusorio pensar que con asistir a los cultos o con adherirse a alguna visión del mundo se garantiza una vida interior. Todo eso importa, pero sólo en la medida en que produce una experiencia de sentido, una conmoción nueva y un cambio vital.

La vida interior no es monopolio de las religiones. Éstas vienen después. La vida interior es una dimensión de lo humano. Por eso es universal. Está en todos los tiempos y en todas las culturas.

Las religiones cumplen su misión cuando suscitan y alimentan la vida interior de sus seguidores, cuando les ayudan a hacer el viaje a su interior, rumbo al corazón, donde habita el Misterio. Vida interior supone escuchar las voces y los movimientos que vienen de dentro. Hay un yo profundo, cargado de anhelos, búsquedas y utopías. Sentimos una exigencia ética que nos invita al bien, no sólo personalmente, para uno mismo, sino también para los otros.

Hay una Presencia que se impone, mayor que nuestra conciencia. Presencia que habla de aquello que realmente cuenta en nuestra vida, de aquello que es decisivo y que no puede ser delegado en nadie. Dios es otro nombre para esta experiencia que satisface nuestra búsqueda insaciable.

Cultivar ese espacio es tener vida interior. El efecto más inmediato de esta vida interior es una energía que permite encarar los problemas cotidianos sin excesiva agitación. Quien posee vida interior irradia una atmósfera benéfica y transmite paz a quienes le rodean.

Alimentar la vida interior, como repite siempre Arthur da Távola en su programa de televisión «Quién tiene miedo de la música clásica», es no tener soledad nunca más. La soledad es uno de los mayores enemigos del ser humano, porque lo desenraíza de la conexión universal. La vida interior lo religa al Todo del cual es parte.


Fuente: Koinonia


Más información de Leonardo Boff en su Web y en Wikipedia

Comprender el dolor

Comprender el dolor [09/01/2008]
Cuando comprendemos el tiempo, damos con el pensamiento, y la comprensión de este último es la terminación del primero, y por tanto, la del dolor. Si eso está muy claro, podremos observar el dolor sin rendirle culto, no como hacen los cristianos. Todo lo que no comprendemos lo adoramos o lo destruimos, lo ponemos en una iglesia, en un templo o en un rincón oscuro de la mente, y le tenemos un respeto reverencial; o reaccionamos en su contra y nos deshacemos de él; o lo eludimos, pero aquí no estamos haciendo nada de eso. Vemos que durante miles de años el ser humano ha luchado con el problema del dolor y que no ha podido resolverlo; se ha habituado, lo ha aceptado, diciendo que es una faceta inevitable de la vida.

Sin embargo, el limitarse a aceptar el dolor no sólo es una tontería sino que contribuye a embotar la mente, la vuelve insensible, brutal, superficial, y así la mediocridad invade la vida y la deja reducida únicamente a trabajo y placer. Uno vive una existencia fragmentada, como hombre de negocios, científico, artista, como persona sentimental o de las llamadas religiosas, etc. Pero para comprender el dolor y librarse de él, tienen que comprender el tiempo y por consiguiente, el pensamiento. No pueden negar el dolor ni huir ni eludirlo mediante la diversión, las iglesias o las creencias organizadas, ni tampoco pueden aceptarlo y rendirle culto; y para evitar todo ello, hace falta mucha atención, la cual es energía.

El dolor echa raíces en la autocompasión, y para comprenderlo, primero tiene que haber una implacable actuación frente a este último sentimiento. No sé si habrán observado cómo se compadecen de ustedes mismos cuando por ejemplo dicen: “me siento solo”. Desde el momento en que se tienen lástima, queda preparado el terreno para que se arraigue el dolor. Por mucho que justifiquen la autocompasión y la racionalicen, por mucho que la refinen o la escondan con ideas, ahí seguirá, envenenándolo todo en su interior. Así pues, una persona que quiere comprender el dolor tiene que empezar librándose de esa trivialidad brutal, egocéntrica y egoísta, que representa el sentimiento de lástima por uno mismo. Pueden sentir lástima de sí mismos cuando tienen una dolencia, cuando pierden a alguien o cuando no se sienten realizados, y a causa de ello, sentirse frustrados o embotados; pero, sea cual sea la causa, la lástima por uno mismo es la raíz del dolor. Una vez que estén libres del sentimiento de lástima, podrán mirar el dolor sin rendirle culto ni escapar de él ni darle un significado espiritual, como cuando les dicen que tienen que sufrir para encontrar a Dios, lo cual es una insensatez. Sólo una mente embotada y necia puede soportar el dolor; no tiene que haber, pues, ni su aceptación ni su negación. Cuando no se tengan lástima, habrán privado al dolor de todo sentimentalismo y emotividad, los cuales surgen de la autocompasión; y entonces podrán afrontar el dolor con atención absoluta.

El camino de la liberación, ©KFA

Tomado de: http://www.fkla.org/lasensenanzas/textos-online-tema.php?id=75&s=textos-online